Editorial

María, Madre del Dolor

En esta semana próxima, ya cruzado el ecuador de la Cuaresma, se inicia la celebración del Septenario de Dolores, días en los que la tradición y la piedad de la Iglesia acompaña el dolor de María como preámbulo a la gran semana de los cristianos, la Semana Santa.

Parece en muchas ocasiones que nuestra forma de celebrar a María siempre está ligada a la alegría, la algarabía, la fiesta. María, como signo de esperanza y testimonio primero y ejemplar de la fe es para el pueblo creyente un motivo de celebración. Sin embargo, en el tiempo de la cuaresma, la contemplación de la cruz nos acerca también hasta María. Ella, fiel a la misión que se le confía, está junto a la cruz de Jesús, acompañando y compartiendo la pasión de su Hijo. Por ello, en este tiempo la veneramos y nos aproximamos a ella como a la madre dolorosa, que sufre junto al Hijo y es asociada a la obra de la redención.

Que María sea llamada Madre del Dolor nos ofrece acercarnos a los momentos más duros y difíciles de la vida de la Madre de Jesús, en los que especialmente se pone a prueba no solo su fuerza, sino la fuerza de su fe que en tales situaciones seguramente estuvo sometida a la prueba de la incomprensión y el silencio de Dios que tantas veces nos hace sentir solos y desorientados. Contemplarlos nos hace entender que la historia que Dios realiza con cada uno de nosotros no está libre de la prueba, del sufrimiento y del dolor.

Compartiendo los sentimientos de María, el ejercicio de los Dolores hace fácil nuestra comunión con aquellos que hoy en medio de nuestro mundo siguen sufriendo los dolores de la Pasión del Señor. Tantos refugiados y exiliados de sus tierras, como María junto a José y Jesús niño, tantas madres que acompañan las cruces del alcoholismo y la drogadicción de sus hijos, tantos momentos de injusticia y muerte que traspasan el corazón de madre de muchas mujeres de nuestro mundo. En todas ellas está la madre dolorosa a quién nosotros podemos consolar y acompañar con nuestra cercanía, oración y comprensión.

Pero es ella encontramos compañía, consuelo, apoyo para nuestra cruz cotidiana. María, madre del dolor, no solo acompaña a Jesús, sino que en él acompaña todas las cruces y a todos los crucificados de la historia. Su amor maternal nos da fuerzas para seguir caminando con nuestras cruces cotidianas, su intercesión es gracia tan necesaria para quienes luchan por dejas cruces atrás, su mirada sana nuestro corazón y nos hace sentir acompañados y queridos incluso en los momentos donde sentimos mayor humillación e indignidad.

Que estos días el ejercicio de los dolores de María nos ayude a vivir como ella al pie de todas las cruces del mundo, acompañándolas. Que sea nuestro ejemplo para abrazar las cruces de nuestro camino. Que sintamos siempre su ayuda, intercesión y amor de madre que comparte con nosotros incluso el dolor que nos traspasa y nos rompe en los dolores de nuestra vida.

Quique, vuestro párroco.

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