Editorial

La Pascua, el paso del señor

De nuevo, como cada primavera hace renacer la vida y renueva el ciclo de la naturaleza, el corazón de la comunidad cristiana se encoge y se prepara para celebrar la Pascua, el paso del Señor. Todo está dispuesto, la Cuaresma ha ido preparando nuestro camino y ya nos encontramos a las puertas del cenáculo, al que el Señor nos invita a entrar para vivir con él la gran celebración de nuestra fe, el Misterio Pascual de Jesucristo.

El Señor vuelve a pasar por nuestra vida, y quiere encaminarnos hacia la pascua. Entramos en la gran celebración del triduo pascual. Pasamos al cenáculo para no separarnos de Jesús hasta celebrar su resurrección gloriosa.

Para ello el Señor vuelve a invitarnos a su casa, vuelve a sentarnos a cenar a la mesa, y vuelve a pedirnos que nos dejemos lavar los pies para que el signo cale en nosotros. Nos da un mandamiento nuevo, que vivamos e imitemos su amor, que el gesto se transforme en caridad, y en entrega cotidiana, que imite la entrega de Jesús por nosotros.

Una entrega que se perpetúa y se actualiza en la Eucaristía, instituida y celebrada por primera vez en la intimidad de aquella cena de amigos en la que nace la Iglesia como familia de hermanos que comparten el alimento del alma, Cuerpo y Sangre del Señor dados por la humanidad.

Una cena que nos introduce a la Pasión del Señor, al que durante la noche acompañaremos con nuestra oración silenciosa, para aprender de su testimonio de plena confianza: “Padre…Hágase tu voluntad, y no la mía”. Noche de recogimiento y experiencia de abandono en manos de Dios para abrir el Viernes Santo.

Pronto, con las primeras luces del amanecer, el Señor nos urge para acompañarle en el camino de la cruz. El Via Crucis y las siete palabras de Jesús en la cruz nos llevan hasta el Calvario, donde somos espectadores de la muerte de un hombre que engendra vida para la humanidad. La Sangre derramada de Cristo limpia el pecado y da vida al mundo.

Una jornada marcada por la experiencia de la entrega, de la cruz, proclamada, adorada y acogida en la en la celebración de la Pasión del Señor. Cruz de la que Jesús es descendido tras derramar sangre y agua de su costado traspasado, y a quien en el recogimiento de la tiniebla de la noche llevamos hasta su sepultura, acompañando a la Madre Dolorosa en este amargo momento.

Amanece el Sábado Santo en el silencio de la Iglesia, y María, llama encendida como sostén de la fe de la Iglesia, espera, en su Soledad, la hora de la gloria, la hora de la resurrección. Cristo, en su Anástasis, desciende al infierno, quiebra las puertas del abismo, y venciendo al Espíritu del mal, lleva hasta la vida eterna a quienes esperaban la Resurrección de la carne.

En el silencio de la noche, Cristo resucitará glorioso de entre los muertos, destruyendo las tinieblas de la muerte. Brilla la luz del Cirio Pascual, en la oscuridad del mundo, resplandece una nueva esperanza. Resuena la voz del ángel “¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?”. Resuena el Aleluya y la Iglesia entera, a la que se suma la comunidad cristiana de Villar y cada corazón renovando por la Pascua del Señor repite de nuevo las promesas bautismales. Cristo resucitado pasa por nuestro corazón para que vivamos vida nueva, nos alimenta de la mesa del banquete del cordero pascual, para que empecemos a gustar la vida eterna que en él hemos alcanzado.

Una nueva pascua, un nuevo tiempo para que la alegría de la fe deje pose en nuestro corazón. Pasará el Triduo, y si lo permitimos, Cristo pasará de nuevo por nuestra vida. Una nueva Pascua para llegar cuando Él disponga a la Pascua eterna. El Señor nos convoca, pasa por nuestra vida ¿Aceptaremos su invitación?

Feliz Pascua.

¡Cristo Ha Resucitado! ¡Verdaderamente, ha resucitado!

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