Rincon Carmelitano

EDITH STEIN HACIA DÓNDE MIRAR

Tal ved para muchos es desconocida, esta mujer extraordinaria: judía, filósofa, carmelita, y mártir… murió en el capo de concentración de Auschwitz el 9 de agosto de 1942, canonizada por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998. Fue toda su vida una apasionada buscadora de la verdad.

Durante un tiempo se declaró convencida atea , por coherencia , pero la verdad de Dios se le hizo presente gracias a su apertura, su capacidad de escuchar la vida y leer los acontecimientos dejándose interpelar. Siendo doctora en filosofía, de reconocido prestigio, se deja conmover por una mujer que ora silenciosamente en la catedral: Dice ella, » entramos unos minutos en la catedral, mientras estábamos allí en respetuoso silencio entró una señora con un cesto del mercado y se arrodilló profundamente en un banco, para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes, a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos.

Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar».

Pero la verdadera conversión de Edith Stein culmina tras la lectura del libro de la vida de Santa Teresa de Jesús en el verano de 1921 y con la recepción del bautismo católico el 1 de enero de 1922. A partir de aquí su existencia se fundamenta sobre un único pilar: Cristo.

En Él contempla la verdad que ilumina inteligencia y corazón, que mueve la voluntad y alienta las esperanzas en un entorno no siempre a su favor, pero a partir de ahora su vida «Cristo es el centro de mi vida y la Iglesia de Cristo mi Patria».

Edith Stein descubrió la riqueza que supone ser hijos de Dios, y también las consecuencias que conlleva: vivir desde un espíritu de confianza en quien dirige a su manera nuestro caminar por este mundo. En última estancia ¡qué significa ser hijo de Dios? La respuesta es : caminar siempre de la mano de Dios, hacer su voluntad y no la propia, poner todas nuestra esperanzas y preocupaciones en las manos de Dios y no preocuparse de sí mismo y de su futuro». Ceder el protagonismo personal al Dios-Padre revelado en Cristo, descargar en Él los agobios y las esperanzas, constituya la mejor expresión de una fe arraigada en el espíritu evangélico.

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