Editorial

La misa de cada día…

Una de las cosas más entrañables que aún se mantienen vivas en la parroquia de Villar del Arzobispo es la secular costumbre de mantener la lámpara del sagrario alimentada con aceite de oliva. Una lámpara que cada día hay que rellenar, limpiar, y disponer para que siga ardiendo para señalar la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento del Altar. Y es que es reflejo de lo que forma parte de nuestra vida cotidiana. Cada día para nuestro sustento y salud nos alimentamos, socializamos con los demás, hacemos ejercicio, y cuidamos todo aquello que nos proporciona salud y bienestar.

De la misma forma, el Señor nos ofrece la posibilidad de cuidar del mismo modo nuestra fe. Es la experiencia del encuentro, del diálogo con él. Cada día el Señor nos dirige su palabra, nos sienta a su mesa, nos ofrece su pan y bendice nuestra vida. Y al igual que nos sustentan el alimento y la relación con los hermanos, nuestra fe se alimenta así del encuentro del Señor.

Estamos en un tiempo donde es necesario valorar aquello que es esencial y que edifica no solo nuestra fe, sino la de nuestra comunidad. Por ello mi énfasis en que valoremos la misa diaria y la pongamos como algo importante en nuestro día a día. Es la prueba de fe de nuestra parroquia, que cada día haya cristianos no solo dispuestos, sino con el deseo de encontrarse con el Señor y de agradecer el inmenso regalo de la misa.

En tiempos de inestabilidad, la misa diaria, la implicación y participación en la misma de los cristianos de nuestro pueblo, no solo es un testimonio de fe que interroga a quienes viven alejados e indiferentes, sino que es un testimonio eclesial de como en Villar la fe sigue estructurando la vida de muchas personas y llenándola de sentido.

Me reitero en mi invitación a valorar y cuidar la misa diaria. La participación y la capacidad de poner en valor como cristianos la celebración de la misa es un seguro para el futuro de que esta comunidad siga siendo atendida y acompañada por un sacerdote, que con vosotros no solo celebre sino que disfrute y se entregue en la celebración, la predicación y la vivencia de la liturgia.

Cada día Dios tiene un regalo para nosotros, la eucaristía. Cada día una nueva oferta de felicidad, la humildad de pan y vino que son cuerpo y sangre de Cristo. Cada día el Señor nos renueva con su gracia, fortalece la fe, derrama como un gota a gota su incesante bendición sobre su pueblo, sobre esta parroquia, sobre cada uno de nosotros. Seamos pues misioneros y evangelizadores de la misa diaria, un regalo de Dios que hemos de cuidar, apreciar y agradecer.

Así lo expresaba el Santo Papa Pablo VI en su encíclica Mysterium Fidei: “Y así todo el que se vuelve hacia el augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin gran gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida con Cristo en Dios [69] y cuánto sirve estar en coloquio con Cristo: nada más dulce, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad.”

Quique, vuestro párroco

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