Editorial

SALUDO A LA ARCHIDIÓCESIS DE VALENCIA
Apreciados hermanos:
Quiero, en primer lugar, manifestar mi más sincera gratitud al Santo
Padre por el gesto de confianza hacia mi persona que supone haberme
nombrado arzobispo de Valencia. A lo largo de mi vida sacerdotal y
episcopal siempre he actuado movido por la convicción de que servimos
auténticamente a la Iglesia si aceptamos con disponibilidad y espíritu de
obediencia la misión a la que somos enviados sin haberla buscado. Movido
por esta convicción he aceptado con gozo este encargo, consciente de mis
limitaciones, por las que ya ahora os pido perdón.
Ser arzobispo de la Archidiócesis en la que nací a la fe, en cuyo
seminario me formé, a la que antes de ser obispo de Tortosa he servido con
alegría durante 22 años como sacerdote y 8 y medio como obispo auxiliar, y
a la que amo de corazón, es una responsabilidad que nunca hubiera
imaginado. Nunca podré devolverle todo lo que he recibido de ella. Cuando
mayor es el encargo, más pequeño y necesitado de la oración de la Iglesia
me siento. Por ello, os pido que recéis por mí, para que en mi vida y en mi
ministerio sea fiel a la misión que se me ha confiado. Que desde este
momento tengamos todos el deseo de hacer de la Iglesia una auténtica
familia. Nos unen la fe y el amor a Cristo y a la Iglesia que todos
compartimos. Si estos son auténticos, las diferencias legítimas que pueda
haber entre nosotros no se convertirán en divisiones, nuestro testimonio será
creíble e iluminador para el mundo y anunciaremos a todos el Evangelio con
alegría.
Deseo saludaros a todos: al Sr. Cardenal Antonio Cañizares que, con
una dedicación admirable, ha servido y se ha entregado por nuestra
archidiócesis durante estos últimos ocho años. La sencillez de su persona y
de su vida, y su donación total nos han edificado a todos. Un saludo fraternal
a los Sres. obispos auxiliares: con vosotros comparto la misma preocupación
por la Iglesia y el deseo de trabajar por nuestra archidiócesis; a los
sacerdotes, a los religiosos, religiosas y personas consagradas al Señor, a los
diáconos y seminaristas, a las familias, a los ancianos, a los jóvenes y a los
niños. No olvidemos que todos estamos llamados a participar en la
construcción del Templo de Dios con el testimonio de nuestra vida santa. De
una manera especial quiero recordar a todos aquellos que están pasando
momentos difíciles por enfermedad, falta de trabajo, soledad; también a los
que habiendo nacido en otros países habéis venido a nuestras tierras
buscando una vida más digna o, simplemente para salvar la vuestra y la de
vuestras familias. Un saludo respetuoso a las autoridades. En su misión
propia, la Iglesia quiere ser servidora de todos. Desde el momento que menotificaron el nombramiento, no ceso de recordaros en la presencia del Señor
esperando tener la ocasión de estar entre vosotros. En muchos casos lo
viviremos como un reencuentro; en otros nos tendremos que conocer.
En la segunda carta a los Corintios, san Pablo recuerda a aquellos
cristianos que ha vivido su ministerio apostólico entre ellos «con amor
sincero y con palabras verdaderas» (2Cor 6, 6-7). Son estas palabras las que
inspiran mi lema episcopal y la vivencia de mi ministerio, primero como
obispo auxiliar de València y durante estos último nueve años y medio en la
para mí tan querida diócesis de Tortosa. Con este espíritu vuelvo a València.
Pedid al Señor por mí, para que sepa cuidar esta porción del pueblo de Dios
que se me ha confiado con «amor sincero»: no a la fuerza, sino de buena
gana, es decir, con alegría cristiana; no por sórdida ganancia, sino con
generosidad, buscando siempre los intereses de Cristo y no los míos; no
como un déspota que se considera a sí mismo dueño del rebaño, sino con el
deseo de que mi ministerio haga presente a Cristo, único pastor y modelo del
rebaño (Cf 1Pe 5, 2-3). Quiero ofreceros la Palabra de Aquel que es la
Verdad: la palabra del Evangelio que nos da la Vida, que limpia nuestro
corazón, que nos permite permanecer en Dios y que posibilita que Él
permanezca en nosotros. Me gustaría que en mis palabras resuene siempre la
palabra del Evangelio y de la fe de la Iglesia. Esto es el que quiero ofreceros.
Nuestra Archidiócesis de València es rica en historia, en cultura y en
tradiciones que han nacido de la fe y aún hoy ayudan a que esta se mantenga
viva entre nosotros. Pero sobre todo es rica porque Dios nos ha regalado el
don de la santidad: desde los inicios de la presencia del cristianismo en
nuestras tierras, marcados por el martirio del diácono Vicente, hasta la
actualidad, Dios nos ha concedido abundantes santos que han nacido en
nuestras tierras o han vivido entre nosotros. La santidad, que es lo que
embellece la Casa de Dios, ha estado presente a lo largo de nuestra historia:
predicadores del Evangelio como san Vicente Ferrer; misioneros que dejaron
nuestras tierras para anunciar el Evangelio en países lejanos donde sufrieron
el martirio; pastores santos que han regido nuestra Iglesia, como santo Tomás
de Villanueva, cuya fiesta celebramos hoy, y san Juan de Ribera; fundadoras
de congregaciones que han hecho un gran bien a muchas personas
necesitadas; religiosos y religiosas que han vivido con radicalidad y sencillez
la pobreza evangélica; sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos que
dieron testimonio de su amor al Señor aceptando el sufrimiento por la verdad
y prefiriendo perder la vida antes de que perder la fe. Esta es la gran riqueza
de nuestra Iglesia. Desde este momento pido que ellos intercedan por mí,
para que nunca olvide que mi camino de santidad me exige vivir el ministerio
desde la caridad pastoral.
Desde este momento me pongo bajo la protección de la Virgen María,
que es invocada en nuestras tierras con numerosas advocaciones, pero de
modo especial con el entrañable título de Mare de Déu dels Desemparats.

Estamos celebrando el año jubilar por el centenario de la coronación
canónica de la Sagrada Imagen que, desde el altar de su Real Basílica, atrae
las miradas y los corazones de todos los valencianos y valencianas. En estos
momentos quiero ponerme en sus manos y pedirle que me ayude vivir con
una fidelidad semejante a la suya; que en ningún momento aparezca en mi
vida el desánimo en mi deseo de servir y dar la vida por vosotros. Que ella
me ayude para que en el fiel ejercicio de mi ministerio episcopal sea digno
de conseguir el premio al que Dios me llama en Cristo Jesús y llegar, junto
con todos vosotros, al Reino de Dios.
Recibid mi saludo y mi bendición.

  • Enrique Benavent Vidal
    Obispo de Tortosa
    Arzobispo electo de València

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