Editorial

¡Que hermosa sois, oh Madre Inmaculada!

Ya casi en el ecuador del adviento, la Iglesia universal, y más en concreto, la Iglesia de España se alegra al celebrar a María, en el misterio de su Inmaculada Concepción. La Purísima atrae la mirada del orbe cristiano hacia nuestra madre, y en nuestro país celebramos gran fiesta, al ser la Inmaculada Concepción patrona de nuestra patria.

María Inmaculada es reflejo de la Esperanza que llega con la venida de Cristo. Mientras el mundo en el adviento espera a Cristo; como la aurora precede al día, aparece María como la primera mujer de una nueva humanidad. Para renovar al ser humano, es necesaria la encarnación, pero para ello Dios mismo necesita una madre. El proyecto de Dios es muy claro: que ahora el ser humano, unido a la gracia de la salvación que nos llega de Jesucristo, viva en una nueva vida sostenida y edificada sobre la fe.

La primera y más ejemplar criatura de esta humanidad nueva es María, elegida por Dios para convertirse en madre de su Hijo. En María se unen de forma única y magistral la gracia de Dios y la libertad del hombre, y en ella se pone de manifiesto lo que Dios quiere realizar en todos nosotros.

Dios hace de la vida de María un cauce de gracia inagotable. La fuerza de Dios, que alimenta el corazón creyente, hace de la vida de esta mujer una historia de fe en la que solo Dios aparece en ella. María acoge la gracia, y se deja moldear por ella, de manera que en su existencia no hay lugar para el pecado. No hay error, no hay caída, infidelidad, indiferencia o maldad. Dios con su fuerza renovadora hace de la vida de María un ejemplo de virtud, fidelidad, obediencia, caridad, generosidad y bondad.

María, siempre libre, escucha a Dios, acoge su palabra, ora incesantemente, ama de forma incondicional y generosa, vive en una dinámica constante de servicio y entrega, y se siente parte de la gran historia de salvación que Dios está realizando en la vida del hombre; sin ser consciente que ella misma se convertirá en la pieza primera de la humanidad nueva, de la que Cristo es piedra angular. Gracia y libertad, don y tarea, generosidad y responsabilidad se unen en María, la mujer y la madre, la llena de gracia e inmaculada.

La fiesta de la Purísima es un regalo para la Iglesia porque en ella tomamos conciencia de la iniciativa de Dios en nuestra vida: es Él quien nos llama a la vida, nos escoge y nos capacita para la misión. Por ello María es inmaculada en su concepción. Pero también nosotros, al mirar a la Inmaculada, tomamos conciencia de la responsabilidad que Dios nos confía para ser sus testigos: su rostro, su voz, su acción en un mundo que necesita ser transformado a imagen de Cristo.

Que María Inmaculada nos acerque un año más a su propia vida para comprender en nosotros mismos el proyecto de Dios. Dios crea, da vida y capacita. El hombre cree, acoge, obedece, se entrega. Y en esta perfecta unión de lo que Dios regala y el hombre asume, está el gran misterio de María Inmaculada, la primera de una humanidad regada y trasfigurada por la gracia de Jesucristo.

Feliz fiesta de la Purísima a todos.

Quique, vuestro cura.

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