Editorial

La letanía lauretana: una oración de alabanza y súplica a María

La letanía lauretana es una de las formas más antiguas y populares de orar a María, la madre de Jesús. Su nombre se debe a que se originó en el santuario de Loreto, en Italia.

La letanía lauretana consiste en una serie de invocaciones a María, con títulos de honor que expresan sus virtudes, sus privilegios y su relación con Dios, con Cristo y con la Iglesia. Con estas invocaciones, honramos a María como la obra maestra de la gracia divina y le pedimos su intercesión para obtener las gracias que necesitamos.

Las invocaciones de la letanía se pueden agrupar en seis categorías:

Las primeras abarcan, en resumen, todas las grandezas de María (Santa María, Madre de Dios, Virgen de las vírgenes, etc.).

Las segundas destacan sus atributos como Madre (Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, Madre de la divina gracia, etc.).

Las terceras la saludan como Virgen (Virgen prudentísima, Virgen poderosa, Virgen clemente, etc.).

Las cuartas representan sus prerrogativas por medio de imágenes o símbolos (Espejo de justicia, Trono de sabiduría, Arca de la alianza, etc.).

Las quintas la exaltan en sus relaciones con la Iglesia militante (Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los afligidos, etc.).

Las sextas celebran su gloria en la Iglesia triunfante (Reina de los ángeles, Reina de los patriarcas, Reina de los mártires, etc.).

La letanía se cierra con una triple invocación a su Hijo divino, Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, para que nos perdone, nos escuche y tenga misericordia de nosotros.

A lo largo de la historia, los Papas han añadido algunas invocaciones a la letanía, en ocasión de acontecimientos marianos importantes, como la definición de los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción, o la consagración del mes de octubre al Santo Rosario.

Recitar la letanía lauretana es, ante todo, dar gloria a Dios que tanto ensalzó a su Madre Santísima; es darle gracias a Ella y por Ella; es alabarla, admirarla y pedirle su protección; es reconocer y meditar sus virtudes, y moverse a imitarla; es pedir a Dios y a Ella gracia y ayuda para llevar a cabo lo que es imposible a nuestras propias fuerzas.

Aprovechamos este novenario de la Virgen de la Paz, para profundizar a través de las letanías, en el profundo amor de Dios por dejarnos como madre e intercesora a María.

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