Editorial

La Candelaria: luz, vida y consagración

El 2 de febrero, cuarenta días después de la Navidad, celebramos la fiesta de la Candelaria, que conmemora la presentación de Jesús en el templo y la purificación de la Virgen María. Esta fiesta tiene un profundo significado para nuestra vida cristiana, ya que nos invita a contemplar tres aspectos fundamentales: la luz, la vida y la consagración.

La luz

La fiesta de la Candelaria se llama también la fiesta de las Candelas, porque en ella se bendicen y se encienden velas, que simbolizan a Cristo, la luz del mundo. Al presentar a Jesús en el templo, María y José cumplen la ley de Moisés, que ordenaba ofrecer al primogénito a Dios y rescatarlo con un sacrificio. Allí se encuentran con dos ancianos, Simeón y Ana, que reconocen en el niño al Mesías esperado. Simeón toma a Jesús en sus brazos y exclama: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 29-32).

Jesús es la luz que ilumina a todos los hombres, que disipa las tinieblas del pecado y de la muerte, que revela el amor de Dios y su plan de salvación. Como bautizados, estamos llamados a seguir a Jesús, la luz verdadera, y a ser también luz para los demás, dando testimonio de nuestra fe con nuestras obras. Las velas que encendemos en esta fiesta nos recuerdan esta misión, que el mismo Jesús nos confió: “Vosotros sois la luz del mundo”

La vida

La fiesta de la Candelaria nos habla también de la vida, de la vida eterna que Dios nos ofrece en su Hijo. Jesús es el autor de la vida, el que vino al mundo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Al presentar a Jesús en el templo, María y José realizan un gesto de obediencia y de gratitud a Dios, que les ha dado el don de la vida en su Hijo. Pero también reciben una profecía dolorosa, que anticipa el destino de Jesús y el de su Madre. Simeón les dice: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”.

Jesús es la vida, pero una vida que se entrega por amor, que se hace sacrificio por la salvación de todos. Jesús es la luz, pero una luz que brilla en medio de la oscuridad, que es rechazada por muchos, que es perseguida y condenada a muerte. María, la Madre de Jesús, acompaña a su Hijo en su camino de entrega, sufre con él, comparte su dolor y su muerte. Pero también comparte su resurrección y su gloria, y se convierte en Madre de todos los que creen en él y tienen la vida eterna.

La fiesta de la Candelaria nos invita a acoger la vida que Dios nos da en su Hijo, a valorarla y a defenderla desde su concepción hasta su fin natural, a cuidarla y a promoverla en todas sus dimensiones. Pero también nos invita a ofrecer nuestra vida como un don a Dios y a los demás, a participar en el misterio pascual de Jesús, a unirnos a su cruz y a su resurrección, a confiar en su victoria sobre el mal y la muerte.

La consagración

La fiesta de la Candelaria nos habla, por último, de la consagración, de la pertenencia a Dios y a su pueblo. Al presentar a Jesús en el templo, María y José lo consagran a Dios, reconociendo que él es el Señor de su vida, que él es el Hijo de Dios, que él es el Santo de Israel. Jesús es el consagrado por excelencia, el que vive totalmente para el Padre y para su voluntad y se hace siervo de todos.

Como bautizados, estamos llamados a participar de la consagración de Jesús, a vivir como hijos de Dios y miembros de su pueblo, a consagrarle todo nuestro ser y toda nuestra existencia, a hacer su voluntad y no la nuestra, a servirle a él y a nuestros hermanos. La fiesta de la Candelaria nos recuerda esta vocación, que implica una renuncia al pecado y al mundo, y una adhesión a Cristo y a su Iglesia. Y nos recuerda que somos pueblo sacerdotal, que ofrece a Dios el culto espiritual de nuestra vida.

La fiesta de la Candelaria es, pues, una ocasión para renovar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, para seguir a Jesús, luz y vida.

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