Editorial

Domingo de la Misericordia: Un canto a la infinita bondad de Dios

El Domingo de la Misericordia, que acontece como un tsunami de gracia en el corazón de la Octava de Pascua, nos invita a celebrar la infinita bondad de Dios. Este día, instituido por San Juan Pablo II en el año 2000, nos recuerda que la Resurrección de Cristo no solo es un triunfo sobre la muerte, sino también una manifestación del amor misericordioso del Padre por la humanidad.

Las escrituras nos revelan un Dios que no se limita a la justicia, sino que su corazón rebosa de misericordia. El profeta Isaías lo describe como un padre amoroso que consuela a sus hijos. En el Nuevo Testamento, Jesús se convierte en la encarnación de esta misericordia, sanando a los enfermos, perdonando a los pecadores y entregándose por la redención del mundo.

Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia, recibió revelaciones privadas en las que Jesús le encomendó la misión de difundir este mensaje de esperanza al mundo. En estas revelaciones, Jesús le confió: “La humanidad no encontrará paz hasta que se dirija a la fuente de mi Misericordia”.

El Domingo de la Misericordia nos ofrece la oportunidad de sumergirnos en este océano de gracia y convertirnos en instrumentos de la misericordia divina. Podemos hacerlo de diversas maneras:

Acercándonos al sacramento de la Reconciliación: En este encuentro personal con Cristo, experimentamos de forma tangible el perdón misericordioso de Dios.

Realizando obras de misericordia: La práctica de las obras de misericordia corporales y espirituales nos configura con el corazón de Cristo y nos permite ser canales de su amor en el mundo.

Contemplando la imagen de la Divina Misericordia: Esta imagen, inspirada en las revelaciones de Santa Faustina, nos recuerda el amor infinito de Dios por nosotros y nos invita a confiar en su infinita bondad.

En este Domingo de la Misericordia, abramos nuestro corazón a la infinita bondad de Dios. Que la alegría de la Resurrección se llene de la esperanza que brota de la Misericordia divina. Que seamos testigos de este amor en el mundo, llevando consuelo a los afligidos, perdón a los pecadores y esperanza a los que sufren.

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