Editorial

La Ascensión del Señor y el Adviento de Pentecostés:

Un Misterio de Esperanza y Transformación

Nos encontramos en un tiempo litúrgico de especial gracia y significado. Hemos celebrado la Resurrección del Señor, victoria radiante sobre la muerte y el pecado, y ahora nos preparamos para conmemorar dos eventos centrales en la historia de nuestra salvación: la Ascensión del Señor y el Pentecostés. Estos misterios, íntimamente conectados, nos invitan a contemplar la obra redentora de Dios en toda su plenitud y a renovar nuestra fe y esperanza en el poder transformador del Espíritu Santo.

La Ascensión: Promesa de un Reino Eterno

Cuarenta días después de su Resurrección, Jesús, ante la mirada atónita de sus discípulos, ascendió al cielo. Este acontecimiento, lejos de ser una despedida definitiva, marca el cumplimiento de su misión terrena y el inicio de una nueva etapa en la historia de la salvación. Al ascender al cielo, Cristo no se aleja de nosotros, sino que entra en la gloria del Padre, estableciendo un vínculo permanente entre el cielo y la tierra.

La Ascensión nos recuerda que nuestra propia patria final no está en este mundo pasajero, sino en la eternidad junto a Dios. Cristo, como nuestro precursor, ha abierto el camino hacia la morada celestial, prometiéndonos un reino de paz, justicia y amor infinitos.

Pentecostés: El Nacimiento de la Iglesia

Cincuenta días después de la Pascua, en Pentecostés, los discípulos reunidos en el Cenáculo experimentaron el poder transformador del Espíritu Santo. Descendió sobre ellos como una ráfaga de viento y lenguas de fuego, llenándolos de sabiduría, valentía y fervor apostólico. Este acontecimiento marcó el nacimiento de la Iglesia, comunidad de creyentes llamados a ser testigos del amor y la misericordia de Dios en el mundo.

Pentecostés nos recuerda que el Espíritu Santo no es un recuerdo del pasado, sino una realidad viva y presente en la Iglesia. El mismo Espíritu que descendió sobre los Apóstoles continúa actuando en nosotros, guiándonos, fortaleciéndonos y dándonos la capacidad de amar, perdonar y construir el Reino de Dios en la tierra.

En este tiempo de preparación para Pentecostés, la Iglesia nos invita a intensificar nuestra oración, reflexión y conversión. Es un momento propicio para reavivar el fuego del Espíritu Santo en nuestros corazones y renovar nuestro compromiso con la fe.

La Ascensión del Señor y el Pentecostés son misterios de esperanza y transformación que nos invitan a mirar hacia lo alto, hacia nuestra patria celestial, y a abrir nuestros corazones a la acción renovadora del Espíritu Santo. Que este tiempo de gracia nos impulse a vivir con mayor fidelidad y compromiso como discípulos de Cristo, construyendo el Reino de Dios en nuestras comunidades y en el mundo.

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