«JESÚS NOS AMÓ HASTA EL EXTREMO»
La cruz no es una metáfora. La cruz de Cristo no es una alegoría. La cruz de Cristo es real, tan real como nosotros mismos. Cristo ha muerto en la cruz realmente, ha sufrido lo indecible realmente y lo que le ha llevado a la cruz son nuestros pecados reales y concretos. El amor que Cristo tiene en la cruz es el amor concreto que nos tiene a nosotros, a cada uno de nosotros. Y este amor de Cristo a cada uno de nosotros es un amor hasta el extremo. Tras el amor hasta el extremo, gratuidad. No es que Cristo nos ame porque le amamos, no. Nos ama porque nos ama. Y esto reclama nuestro amor. ¡Dios mío, Tú que estás en la cruz ocupando mi sitio, Tú que estás muriendo en mi lugar! ¡Tú estás siendo castigado por mis pecados, no por los tuyos, que no los tienes!
¡Esto es sorprendente! ¡Esto es increíble! No hay posibilidad alguna de que nos quepa en la cabeza. Por seo, dice también San Juan en su evangelio, que Cristo se hace pecado, que nuestros pecados están en la cruz: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que el cree en Él no perezca. Hay que contemplar la Cruz,
porque en la Cruz se encierra toda la riqueza de la fe, pues la pasión de cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Desde la Cruz se puede entender todo. Es un misterio extraordinario. «Si el grano caído en tierra no muere, queda solo, pero si muere, produce mucho fruto» Es también la ley propia de Jesús: su muerte fue real, pero es todavía mucho más real la vida sobreabundante que mana de aquella muerte. Es la imagen de un Dios que se aniquila, se pierde para darse a sí mismo, para dar la propia vida sin medida, hasta la Cruz, donde toma consigo toda la culpa del mundo, hasta el punto que Él, el inocente, el justo, llega a semejarse al hombre pecador. Intercambio admirable entre Dios y el hombre, como comercio de amor.
Hermanas Carmelitas