Editorial

40 horas para estar con Él

Como preparación a la Solemnidad de Corpus Christi, las generaciones de villarenses que nos han precedido en la fe nos legan y nos regalan una celebración especialmente íntima y bella: las 40 horas de adoración al Santísimo Sacramento, que nos introducen a la gran fiesta de la Eucaristía.

Quizás nos parezcan 40 demasiadas (hoy reducidas a 30), o pensemos que tenemos demasiados quehaceres para encontrar un tiempo para buscar la compañía de Jesús. Con tantas preocupaciones, tareas y responsabilidades… ¿para qué perder el tiempo? En contra de esto, como solemos hacer los curas, como párroco me gustaría hacer un fuerte llamamiento a buscar tiempo para cuidar esta relación, para el diálogo, la gratitud, y porque no, también la petición ante el Señor en la Eucaristía. Una oportunidad que se nos regala ante este tiempo para la oración y la adoración.

Estas 40 horas son una herencia que lejos de ser una carga, podemos traducirla en una gran bendición para nuestra comunidad parroquial. Nos ayudan a percatarnos de la grandeza de la presencia Eucarística de Jesús. De como, en la sencillez del pan, el Señor se hace cercano a nosotros, y en la pobreza manifiesta el gran regalo de su presencia Eucarística entre nosotros. Y de cómo este sacramento abre nuestra vida humana y limitada a la presencia trascendental de Dios.

Saberse en presencia de Jesús es una provocación para el corazón humano. ¿Qué decir ante Dios? ¿Qué es aquello que necesitamos poner en su presencia y que ni siquiera ante los demás nos atrevemos a expresar? En la oración silenciosa de adoración surgen espontáneamente los anhelos, alegrías y sufrimientos que necesitamos poner en sus manos. Quizás es silencio, al que no estamos acostumbrados, resulte para nosotros una fuerza que renueva y abre la vida a algo nuevo, a vivir cada momento y cada día en la presencia de Jesús.

Por eso me atrevo a pediros, casi a rogar, que busquemos en estos tres días previos a la fiesta de Corpus Christi un momento para dejarle a Dios que se cuele en nuestras vidas, que entre en ellas, y que nos haga experimentar como su presencia nos transforma, nos reordena las prioridades, y nos hace recordar que hay cosas fundamentales que hemos olvidado, que el mundo nos esta robando, y que son esenciales para dar sentido a la vida.

Solo unos minutos, por pocos que sean, para dejar que el Señor nos toque, nos renueve, nos haga experimentar el abrazo y el descanso que nos ofrece Jesús en este sencillo sacramento que es el mayor regalo de nuestra fe, aquello que valoramos como el signo sencillo que nos pone ante el mismo Dios.

¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Quique, vuestro párroco.

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