Editorial

Grabado en el corazón de todos sus hijos…

Creo que no miento al afirmar que lo que ocurrió en Valencia el pasado domingo día 20 de noviembre, ha quedado grabado en el corazón de todos los presentes. Fueron imágenes, vivencias, sentimientos, emociones y lágrimas que ya forman parte del recuerdo colectivo del pueblo de Villar del Arzobispo, y un hito histórico en la secular devoción del Villar por su Madre del cielo.

Aun se nos acelera el corazón y se nos ponen los vellos de punta al recordar todo lo vivido y poderlo agradecer a Dios. Un precioso y soleado día de otoño le dio la bienvenida en el “cap y casal” a la madre de todos los Villarenses. Ya pronto, un grupo importante de paisanos rondaban las puertas de la Parroquia de Santa Mónica a la espera del momento culminante. Poco antes de las diez y media, la imagen de la Virgen de la Paz, al son de la marcha real y con las campanas de Santa Mónica al vuelo, cruzaba el umbral de la Iglesia, y tomaba la ciudad de Valencia, cruzando el puente hacia las Torres de Serranos.

Una multitud de hijos suyos contentos y muchos de ellos emocionados, la acompañaba en este trayecto hasta el corazón de Valencia. En las Torres de Serranos, la Virgen volvía su mirada hacia atrás, para entran a la ciudad mirando hacia su Villar querido.

Intramuros de Valencia no dejamos a nadie indiferente. Turistas, visitantes y paisanos recibían en la Plaza de los Fueros a nuestra Madre. Allí, una larga y concurrida procesión nos llevaba hasta la plaza de la Virgen entre cámaras de fotos, algarabía y una alegría desbordante que llenaba el corazón de los que participábamos en aquella cita memorable. Entrando a la Plaza de la Virgen se sucedían los aplausos, vítores y crecía la expectación. ¿De dónde vienen? ¿Qué Virgen traen? ¿A qué han venido? 75 años hacía que la Virgen de la Paz no causaba admiración en la capital. 75 años de nombres, recuerdos, peticiones, oraciones, personas… que acompañaban en este día a la Madre.

Grandiosa y arrebatadora la entrada a la Real Basílica de la venerada imagen de la Virgen de la Paz repleta hasta el último rincón de villarenses afincados en la ciudad y venidos de su pueblo para recibirla y aclamarla. Entre vítores y aplausos, y muchas lágrimas, pasaba nuestra querida Madre hasta los pies del altar de la Virgen de los Desamparados, para cantarle los gozos quizás más especiales que se recuerden.

La celebración de la Eucaristía tan íntima, familiar y acompañada de un coro formidable que hizo fácil y llevadero este tiempo de encuentro e intimidad con el Señor, pidiendo las gracias del jubileo para nosotros y haciéndolas extensibles a los enfermos, mayores, impedidos y para nuestras queridas carmelitas. Al finalizar, y tras el canto del Himne de la Coronació (en Valenciano) y sus vivas correspondientes, la Virgen subida al cielo por sus anderos, cruzaba el umbral de la Basílica de la Virgen de los Desamparados para encaminarse junto a los muros de la catedral hasta el Miguelete.

Tras cruzar la plaza de la Reina, la serpenteante calle de la Barchilla nos abocaba a la plaza del Arzobispado. Allí, con la tradicional Jota del Villar y con la bendición de nuestro sr. Arzobispo, Don Antonio Cañizares, despedimos a nuestra madre para volver a encontrarla en su casa del Villar.

Con la experiencia de la gratitud por aquello vivido tan hermoso y emocionante que hace palpitar el corazón; con la sensación del trabajo bien hecho, los deberes cumplidos y el tesón de quien entrega lo mejor de sí mismo; y con la dicha de haber vivido algo tan efímero, de haber sido testigos de algo tan bello y emotivo, tan intenso y fugaz que a cualquier buen villarense podría parecerle un sueño. Fue quizás esto, un sueño hecho realidad, un recuerdo revivido, actualizado y ya pasado, que queda de nuevo grabado en el corazón de todos los hijos de la Virgen de la Paz, nuestra madre, entre lo que yo tengo la dicha de contarme.

Quique, vuestro cura.

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