Editorial

La humildad y la corrección fraterna

Queridos hermanos, en este mes de septiembre, celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que nos recuerda el amor infinito de Dios que se entregó por nosotros en la cruz. Este amor nos llama a vivir como hijos suyos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que se humilló hasta la muerte y muerte de cruz. El gran signo de la humildad.

La humildad es una virtud fundamental para el cristiano, que nos hace reconocer nuestra verdad ante Dios y ante los demás, que nos hace conscientes de nuestra pequeñez, de nuestra fragilidad, de nuestra dependencia de Dios. La humildad nos hace agradecidos, confiados, serviciales, generosos y nos hace libres de la soberbia, del orgullo, de la vanidad, de la autosuficiencia.

La humildad también nos hace capaces de corregir y de dejarnos corregir por nuestros hermanos, de llegsr a conocer y experimentar la corrección fraterna.

La corrección fraterna es una obra de caridad que busca el bien del otro y el nuestro propio. No se trata de criticar, de juzgar, de condenar, sino de ayudar, de orientar, de acompañar. La corrección fraterna no es una ofensa, sino una ayuda. No es una imposición, sino una propuesta. No es una amenaza, sino una oportunidad.

Pero para que la corrección fraterna sea eficaz y fructífera, debe hacerse con humildad. Con humildad para reconocer nuestros propios errores y pecados, y pedir perdón cuando sea necesario y para no creernos superiores ni mejores que los demás, sino hermanos que caminan juntos hacia la santidad. Con humildad para respetar la libertad y la conciencia del otro, sin forzar ni manipular su voluntad y poder aceptar las críticas y las sugerencias que nos hagan nuestros hermanos, sin reaccionar con ira o con indiferencia.

Que María, nuestra Madre, nos acompañe en este camino de conversión y comunión.

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