Editorial

UN MUNDO DE RELACIONES

Tanto el universo, como el mundo y la sociedad, están tejidos en un sinfín de relaciones que conectan todo con su entorno y que terminan haciéndonos interdependientes y necesitados de los otros para poder realizar algo que llevamos dentro, el impulso a buscar algo o alguien con quien formar algo superior a nosotros que no nos anula, sino que nos refuerza y eleva. Buscamos amigos. Buscamos formar familia. Necesitamos ir al encuentro de otros para poder hacer más o ser más.

Para que eso sea posible hay que tener una especie de afinidad o atracción, o unos intereses comunes o algún proyecto o sentimientos que forman ese conglomerado de redes, más o menos institucionalizadas, y, además, unos criterios, actitudes, normas, pautas que, en función de los objetivos, orientan los comportamientos y los educan y hacen que se espere una respuesta acorde por parte de sus miembros. Porque la respuesta inadecuada pone en riesgo la cohesión y amenaza con que las relaciones se resientan y hasta se rompan. De ahí la importancia de la Ley para las relaciones del universo y de la sociedad.

Solo en la familia, comunidad de amor, las relaciones pueden perdurar, no siempre, a pesar de las quiebras, rupturas, infidelidades, porque el amor es capaz de comprensión, de perdón, de ver y analizar sin tener que terminar, necesariamente, en la acusación, el rechazo y la condena. Solo el amor puede estar por encima de la Ley, porque solo él tiene capacidad y ánimo para mirar las cosas desde otra perspectiva que la legal. La Ley, con su mirada acusatoria, termina, siempre, en el juicio.

Por eso la Biblia, en su continuo proceso de descubrirnos la realidad, de desvelar poco a poco a Dios y de educarnos para “otra vida”, muy distinta a esta que llevamos en el presente y a la que, insistentemente, aspiramos, nos ha ido preparando y educando para el encuentro con el Dios de Jesús. El Dios que la humanidad va desempolvando de los muchos ratos que lo hemos encerrado en el desván de nuestros pensamientos. Y este fin de semana el Evangelio nos rescata, afortunadamente, con la machacona insistencia tan propia de Juan para las cosas importantes, que Dios es amor. Es decir, relación vivida por encima de la Ley, porque ha querido establecer con nosotros un tipo de contacto más parecido a la relación familiar que a la relación social o legal.

Dios ha decidido integrarnos en esa comunidad que es Él mismo. Porque si Dios es amor no puede ser un ser solitario sino comunitario. Y en esa comunidad suya, muy llena de intriga para nosotros, quiere incluirnos. Por eso tenemos futuro, porque nuestro horizonte tiene un proyecto que aspiramos a alcanzar siendo inalcanzable. Y es que la entrada en esa comunidad es gratuita. No se alcanza por el propio esfuerzo ni por la propia honradez ni la personal bondad. Se alcanza como les llega a los hijos la herencia familiar que otros han trabajado. Y en esa experiencia sentimos lo que es ser humanos y lo que es ser divino, como Jesús, realizar plenamente el horizonte de humanidad que llevamos dentro de nosotros sin poder hacerlo real por nuestra cuenta.

Para muchos esto es imposible, porque morimos sin ver realizado en nadie ese horizonte. Para nosotros, creyentes, es posible porque si hay familias cuyos miembros se quieren, puede haber otra familia en donde el amor sea el sentido único de la relación. Y esa es la familia de Dios que hoy celebramos con el nombre de Trinidad.

Raúl García Adán

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