Editorial

UN CORPUS DIFERENTE

Durante el confinamiento, en un programa radiofónico preguntaron a la audiencia: “¿Qué es lo que más echas de menos esos días?” Las respuestas fueron bastante coincidentes: ver a la familia y amigos, ir a un bar o restaurante, ir de compras, la peluquería, cine y otros espectáculos, hacer deporte, viajar… Todo lo que se echaba de menos son cosas normales, a las que antes no se les daba quizá mucha importancia dando por supuesto que las podríamos realizar cuando quisiéramos; por eso, el hecho de vernos privados de ellas ha supuesto que se valoren mucho más que antes.

En ese programa no salió una respuesta que, por el contrario, sí han expresado algunos cristianos: echaban de menos recibir la Eucaristía. A pesar de las muchas posibilidades de seguir las celebraciones por televisión, radio o internet, y aunque, como dijimos el Jueves Santo, nos hemos ejercitado en vivir la comunión espiritual y unirnos a Jesús-Eucaristía no por la recepción del Sacramento, sino por el deseo de recibirlo… a pesar de todo esto, lo que más hemos echado de menos ha sido recibir la Eucaristía.

Este tiempo de confinamiento puede habernos hecho entender mucho mejor lo que ya indicó el Vaticano II: “La Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana” (Lumen Gentium 11). Porque quizá antes no dábamos a la Eucaristía toda su importancia y centralidad: unas veces porque dábamos por supuesto que la podíamos celebrar siempre que quisiéramos y nos habíamos “acostumbrado” a ella. Otras veces porque son muchos los que simplemente “van a oír Misa” pero como algo accesorio en su vida, y por eso, buscan sobre todo un horario que les venga bien y en una iglesia que les guste; otros van el sábado por la tarde para “cumplir el precepto” y así “tener el domingo libre”; hay quienes no prestan mucha atención durante la celebración y sólo esperan que el cura no se “enrolle” mucho; y algunos suelen llegar siempre tarde pero no pasa nada porque, aunque se pierdan la lectura de la Palabra de Dios, “si llego antes del Credo me vale”.

Este tiempo de “abstinencia eucarística” nos debería haber servido para cambiar actitudes: “la Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana porque, como ha dicho Jesús en el Evangelio: mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. No es una metáfora, no es un símbolo; como indica el Catecismo: “Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este Sacramento”. La Eucaristía es presencia real de Cristo, su Cuerpo y su Sangre, y si echamos de menos encontrarnos con la familia y amigos, deberíamos echar de menos el encuentro personal y comunitario con Jesús que se produce en la Eucaristía, porque el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Por eso es lo que más hemos echado de menos: porque le hemos echado de menos a Él.

La Solemnidad de Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que estamos celebrando de un modo muy diferente en cuanto a los elementos externos con que solemos rodear esta fiesta, nos puede servir para volver a centrarnos en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. No reduzcamos la Eucaristía a “oír Misa por precepto”; tampoco nos “acostumbremos” a la Eucaristía como algo habitual. Redescubramos la grandeza de este gran regalo que el Señor nos ha dejado, un regalo que es Él mismo. Si los reencuentros de la vida familiar y social los solemos celebrar con una comida festiva, el Señor nos reúne alrededor de su mesa para que nos encontremos personalmente, íntimamente con Él, y además Él se hace nuestro alimento: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo… Todo lo que hace el alimento y bebida materiales en nuestra vida corporal lo hace la recepción de la Eucaristía en la vida espiritual; por eso, el que me come vivirá por mí.

Pensemos en lo que más hemos echado demenos durante el confinamiento. Y pensemos en qué medida hemos echado de menos el encuentro con Jesús en la Eucaristía. Y si descubrimos que no lo hemos echado tanto de menos como deberíamos, y que la Eucaristía no es la fuente y cima de nuestra vida… preguntémonos seriamente a qué venimos cuando decimos “voy a Misa”.

Raúl García Adán

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