Editorial

¡Alégrate, llena de gracia!

Estas son las palabras con las que el ángel Gabriel saludó a María al cruzar el umbral de aquella sencilla casa de Nazaret, en la que se pronunció el sí más sonoro y relevante de la historia. Es el sí de una joven pobre, humilde y creyente, ante una propuesta que a través de esta mujer de Israel, quiere llevar a cabo la salvación que Dios ha proyectado sobre toda la humanidad

Estas mismas palabras las proclamaremos en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, que celebraremos el próximo martes. Esta fiesta nos introduce en la vida de la madre del Señor, la llena de gracia, y en este tiempo de Adviento, mariano por excelencia, nos acerca a la Virgen María y nos sugiere que sigamos su ejemplo.

Las palabras de Gabriel son palabras de alegría, de gozo, de esperanza para Israel, y para la humanidad entera. Dios no nos ha dejado de la mano, no se ha olvidado de los hombres. Dios cuenta con nosotros, y quiere venir a nuestro encuentro como un amigo, como un hermano. Dios quiere ser carne de nuestra carne.

Y para ello necesita una madre, necesita un seno que lo acoja en sus entrañas, unos pechos que le amamanten, unas manos que laven su cuerpo indefenso y sequen sus lágrimas. Un corazón que con amor de madre le arrope, acune, y le ayude a crecer. Un hogar donde habitar y ser educado, donde crecer, alimentarse y sentirse plenamente amado y protegido.

Para todo esto el Señor ha pensado en María, y para hacerlo posible, la ha convertido en la llena de gracia, en la inmaculada desde su misma concepción. María es la criatura que vive siempre, sin excepciones, con la mirada puesta en Dios. Que atenta a su palabra y a sus propuestas, deja toda su vida en sus manos, con confianza plena. Por ello, no hay en ella atisbo del pecado.

Aceptar y defender este dogma de fe, que María fue purísima desde su concepción, es aceptar que Dios y el hombre están llamados a entenderse, que el hombre es criatura amada desde su creación, y que Dios quiere con su amor salvarnos, y para ello nos invita cada día a vivir dispuestos a aceptar su propuesta, a avanzar por el camino de la virtud y la santidad como lo hizo María.

Esta voluntad de Dios de salvarnos, y el ejemplo de María, es aquello que seguimos confesando al celebrar con alegría esta gran fiesta de María. Como comunidad cristiana, como la presencia de la Iglesia en Villar, unámonos a toda nuestra nación, que tiene a la Inmaculada Concepción por patrona. Que nuestra madre y patrona, la Purísima Concepción, nos cuide, escuche e interceda ante Dios por España y por cada uno de sus pueblos que encuentran en ella una mujer a quien admirar, una creyente a quien imitar, y una madre en quien confiar.

Que el próximo martes podamos unirnos como parroquia en esta fiesta de la Inmaculada, y celebrar juntos con gran fiesta y alegría la Eucaristía, dando gracias a Dios por tan buena madre, y pidiendo la intercesión de aquella que es para nosotros, modelo y estímulo para nuestra vida cristiana.

Ave María Purísima

Quique, vuestro cura.

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