Editorial

¡Id a José!

Este año, por decisión del Papa Francisco, la Iglesia universal ha sido convocada a dedicar especial atención a la figura de San José, el esposo de la Virgen María, al celebrar el 150 aniversario de su declaración como patrono de la Iglesia Universal. Este hecho ha propiciado que todo el pueblo cristiano nos acerquemos al ejemplo y a la paternal intercesión de San José, aprendiendo de él y edificando nuestra vida de fe según su testimonio.

Durante las últimas semanas, hemos estado preparando de forma especial su fiesta, rezando el ejercicio de lo siete domingos, que nos han recordado como este sencillo carpintero de Nazaret fue confiando en Dios en todos los momentos en los que su fe fue puesta a prueba. Preparación que nos acerca ahora, en un pequeño paréntesis en nuestra cuaresma, a celebrar esta solemnidad del Patriarca San José de forma especial.

A partir del próximo martes, iniciaremos un triduo de preparación a la fiesta de San José, dedicando cada día la celebración de la Eucaristía a escuchar, meditar y aprender a través de los distintos pasajes de la vida de José que aparecen en la Sagrada Escritura, y que nos transmiten su forma de cooperar en la historia de nuestra salvación.

José nos pide que le imitemos en su silencio en estas jornadas que vamos a compartir como comunidad. Que acallemos nuestro interior para dejar que Dios, a través de su ejemplo nos edifique, nos transforme y nos vaya haciendo comprender que es lo que espera de nosotros, la Iglesia del siglo XXI.

José fue proclamado patrono de la Iglesia porque nosotros, que somos el cuerpo de Cristo, estamos protegidos también por su intercesión. José es nuestro custodio, como lo fue de Jesús en su niñez, y nos va revelando con su amor y su vida creyente el amor paternal y tierno que Dios tiene por sus hijos, el mismo que él tuvo hacia Jesús desde el momento en el que se le confió el cuidado y la educación del Salvador.

La presencia paternal San José en el seno de la Iglesia, nos manifiesta hoy la necesidad de que replanteemos nuestra esencia y nuestra existencia como pueblo de Dios, como presencia de Cristo en el mundo desarrollado en el que vivimos. José ahora sale en nuestra ayuda, y nos recuerda la misión a la que Dios nos envía, y la protección que sobre nosotros ejerce, con su presencia diligente y discreta, que nos sostiene y acompaña en la dificultad o en el desánimo.

Id a José, es la jaculatoria que desde hace siglos nos anima a confiar en su intercesión y su ayuda a todos los creyentes. Que se grave estos días en nuestro corazón, en el de nuestra comunidad parroquial. Vayamos a él, aprendamos de su fidelidad a Dios, imitemos sus virtudes, dejemos que San José nos despierte, aliente y prepare para poner en marcha la Iglesia, que tiene en Villar del Arzobispo la gran misión de hacer presente a Jesucristo. Para ello no estamos solos, contamos con la ayuda de tantos intercesores, que con San José a la cabeza fecundan y mantienen viva esta parroquia en su empeño por transmitir en Villar la alegría y la esperanza de Jesús resucitado.

Quique, vuestro cura.

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