Editorial

¡Verdaderamente, ha resucitado!

Con esta frase, los cristianos de todo el mundo se han felicitado la Pascua desde hace siglos, y también yo quiero sumar mi voz a este clamor de toda la Iglesia, y felicitar a mi comunidad parroquial de Villar del Arzobispo con estas mismas palabras ¡Verdaderamente ha resucitado! El Señor Jesús ha resucitado. Cristo, venciendo el mal y la muerte, ha sido glorificado y exaltado por el Padre; ha resucitado de entre los muertos y nos ha abierto las puertas de la vida eterna.

Por ello, estas jornadas pascuales son días para vivir la fe con una mirada nueva, con un enfoque distintito, pues la gran noticia de la Pascua nos ha llenado el corazón de la alegría. De una alegría que es gozo de vivir y de creer, de sabernos cristianos que ya por su bautismo participan anticipadamente de la Pascua de Cristo, en la que esperamos vivir un día en plenitud. Es la alegría de toda la Iglesia, y la de cada comunidad concreta, que exulta por las obras de Dios en favor nuestro, por su bondad y su amor que se han manifestado en el Misterio pascual de Cristo, que ha culminado con su resurrección. Jesús ha vuelto a la vida para que tengamos una vida nueva, una vida plena en presencia de Dios.

Esta alegría es el sustrato que nos permite vivir como creyentes todos los aspectos de la vida. La alegría de la resurrección es el lugar donde nace la esperanza de la Iglesia. En el Señor resucitado ponemos nuestra confianza, y esperamos en él, sabiendo que jamás quedaremos defraudados, que a pesar de las sombras, los peligros y las dificultades; que a pesar de las cruces de la vida del hombre, siempre hay esperanza cuando se hace presente el Resucitado.

Alegría que expresaremos también en la celebración de la fe, en la liturgia, en la Eucaristía diaria y dominical, en cada momento de oración, de encuentro de la comunidad reunida, de escucha y meditación de la Palabra. Todo en la Pascua está marcado por esa certeza del encuentro con Cristo vivo, que nos reconforta y nos saca una sonrisa, una palabra de acción de gracias, un sentimiento de paz y gratitud porque Dios se hace presente en nuestra vida de forma renovada, actualizando en nosotros la gracia del Bautismo.

Alegría que no puede resumirse ni encerrarse en un solo día, por lo que ahora tenemos 8 días, la Octava Pascual, para renovar cada jornada esta buena noticia, este júbilo desbordante que la resurrección nos hace experimentar. 8 días para celebrar con solemnidad la Eucaristía, para alimentarnos del cordero pascual, para escuchar, contemplar, y hacernos presentes en cada aparición de Cristo resucitado que viene a nuestras vidas y nos permite clamar con fuerza ¡Verdaderamente, ha resucitado!

¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!

Quique, vuestro cura.

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