Editorial

Lo mejor que podemos ofrecer

Al llegar el final del mes de octubre, nos damos cuenta que está ya cercana la fiesta de Todos los Santos, siempre acompañada de la conmemoración de los Fieles Difuntos. En estos días, vuelve a nuestra memoria el recuerdo de muchos seres queridos; amigos, conocidos, vecinos que ya no están con nosotros. Los cementerios se llenan de vida, y en nuestro corazón brota el agradecimiento por tanto tiempo compartido, por tantos buenos recuerdos, y tantos motivos por lo que manifestar nuestra gratitud por lo que sus vidas han sido para nosotros.

Nuestras obras muchas veces quieren ser expresión de este cariño que sentimos por nuestros seres queridos fallecidos. Obras que materializamos en estos días visitando las tumbas de nuestros antepasados, limpiando las lápidas, llevándoles flores… Mostrando a través de los signos aquello que queremos expresar.

Como creyentes, estos días hacemos memoria de aquellos que ya no están desde la fe en la vida eterna y la esperanza en la resurrección de los muertos. Recordamos a los difuntos con la oración de la comunidad cristiana, con el rezo del Rosario, con la bendición de las tumbas y especialmente con la celebración de la Eucaristía.

Y es que esto es lo mejor que podemos ofrecer por nuestros difuntos, la Eucaristía. Si en nuestra vida de fe somos conscientes del regalo que es la Eucaristía para nosotros, y la abundante gracia con la que a través de este sacramento Dios nos bendice, lo mejor que podemos ofrecer a nuestros difuntos es una Eucaristía, que esta gracia y está bendición de Dios también pueda beneficiar a quienes ya no están entre nosotros para que así reciban por la misericordia de Dios el último regalo, el paso a la vida eterna.

Ese es el sentido de las intenciones de las misas de cada día, que los difuntos sean también merecedores de la gracia de Dios que se nos da en la Eucaristía, haciendo partícipes a los que ya no están de los bienes espirituales del misterio pascual de Cristo que renovamos en cada celebración eucarística. Una ofrenda que no se paga (porque una misa no hay cuantía económica con que pueda valorarse) sino que se agradece con un donativo para el sostenimiento de la comunidad (que jamás a nadie se le debe exigir si en un momento determinado su situación no le permite hacerlo).

En estos días tengamos esto presente, especialmente el próximo día 2, en la conmemoración de los Fieles Difuntos. Que como cristianos podamos ofrecerles a los difuntos de nuestra familia, a nuestros amigos, una Misa; por su eterno descanso, por su participación con Cristo en la vida eterna. Es signo de nuestra gratitud, es manifestación también de nuestra fe, y reconocimiento del regalo y la inmensa grandeza de la Eucaristía en nuestra vida. Es lo mejor que podemos ofrecer.

Quique, vuestro cura.

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