Editorial

Rogar a Dios por nuestros difuntos

Al llegar el final del mes de octubre, la Iglesia se dispone a celebrar ya la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. La visita a los cementerios, el recuerdo de nuestros seres queridos y amigos fallecidos, las oraciones y sufragios por el eterno descanso de los difuntos parece que nos quieren recordar que el Señor nos llama a la vida eterna, y que nosotros podemos en la medida de nuestras posibilidades, podemos cooperar a ello no solo en nuestra propia vida, sino como obra de caridad, en la vida de aquellos que ya han pasado a la casa del Padre.

Ciertamente, la esperanza cristiana desde el bautismo nos hace partícipes no solo de la vida y muerte de Cristo, sino también de su gloriosa resurrección que es la invitación de Dios a la vida eterna, allí donde ya no hay llanto ni dolor, sino paz y alegría eterna. Esta es la esperanza del creyente, que, tras esta vida, podamos vivir con Cristo y los santos la vida feliz y eterna.

Pero quizás surge una pregunta ¿podemos nosotros salvar el alma de un hombre? ¿no corresponde ese juicio solo a Dios? Desde la perspectiva de la soberanía y autoridad, quizás solo Dios pueda decidir sobre nuestro destino definitivo. Sin embargo, desde la mirada orante del ser humano, y desde la concepción del valor de la Eucaristía, podemos comprender nuestras oraciones, sufragios y ofrendas por los hermanos difuntos.

Cuando el Señor en el Evangelio nos invita a orar, y a pedir aquello que necesitamos, nos invita a confiar en la misericordia y la benignidad de Dios. Por ello, la oración pro los difuntos es una súplica de la misericordia de Dios, para que él se apiade de los pecados de los difuntos, y nuestra oración de perdón se aplique a aquellos que están aún a la espera del juicio definitivo. “Si vosotros que sois malos dais cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro padre del cielo dará cosas buenas a quienes las piden?”

Del mismo modo, si la Eucaristía es la actualización del misterio pascual del Cristo que limpia de una vez para siempre el pecado del hombre, cuando la Eucaristía se ofrece por un difunto, la intención del creyente es hacer a sus seres queridos difuntos partícipes de esta acción salvífica y reparadora de Cristo que también quiere limpiar de pecado sus vidas para que alcancen la salvación y compartan con el Señor la vida eterna en la casa del Padre. Por ello, no hay mejor ofrenda ni mejor oración por los difuntos que la celebración de la Eucaristía, que no pagamos (porque no tiene valor monetario), sino que agradecemos con un donativo para la comunidad cristiana.

Por ello, de nuevo, recemos y celebremos la Eucaristía por nuestros difuntos, que son beneficiarios de la gracia que la oración y los sacramentos siguen generando en la vida de la Iglesia.

Quique, vuestro párroco.

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