Editorial

La liberación de la fe

El Evangelio de San Mateo de este domingo, nos relata un encuentro sorprendente entre Jesús y una mujer cananea, que le suplica que sane a su hija poseída por un demonio. A primera vista, parece que Jesús la ignora y la rechaza, pues le dice que sólo ha venido a las ovejas perdidas de Israel y que no está bien dar el pan de los hijos a los perros. Sin embargo, la mujer no se da por vencida y le responde con humildad y astucia, diciendo que los perros también comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Ante esta respuesta, Jesús se maravilla de su fe y le concede lo que pide: su hija queda sanada en ese mismo instante.

¿Qué podemos aprender de esta historia? En primer lugar, que Jesús no hace acepción de personas, sino que se fija en el corazón y en la fe de cada uno. La mujer cananea era una extranjera, una pagana, una marginada, pero tenía una fe grande y sincera en Jesús. Ella reconoció en él al Señor, al Hijo de David, al que tenía poder para liberar a su hija del mal. Ella no se dejó intimidar por las apariencias, ni por las dificultades, ni por las palabras duras de Jesús. Ella sabía que Jesús era bueno y misericordioso, y que podía hacer un milagro en su vida.

En segundo lugar, que Jesús nos invita a acercarnos a él con confianza y perseverancia, sin desanimarnos ante las pruebas o los obstáculos. La mujer cananea no se rindió ante el silencio o la negativa de Jesús, sino que insistió con respeto y con audacia. Ella no se conformó con una respuesta genérica o superficial, sino que buscó un contacto personal y directo con Jesús. Ella no se avergonzó de su necesidad o de su debilidad, sino que las expuso con franqueza y con esperanza.

En tercer lugar, que Jesús nos recompensa con su gracia y su poder cuando tenemos una fe auténtica y humilde. La mujer cananea recibió más de lo que esperaba: no sólo la curación de su hija, sino también el elogio y la bendición de Jesús. Él le dijo: “Mujer, qué grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. Con estas palabras, Jesús le reconoció su dignidad y su valor como hija de Dios, y le concedió el don más preciado: la salvación.

La historia de la mujer cananea nos muestra la alegría de aquellos que deciden acercarse a Jesús para ser liberados de los males que les acechan. Nos muestra también el camino para llegar a él: la fe, la confianza, la perseverancia, la humildad y la creatividad. Nos anima a no desistir en nuestra oración, a no conformarnos con lo mínimo, a no avergonzarnos de nuestra condición, sino a buscar siempre el rostro y la voluntad de Jesús. Él nos espera con los brazos abiertos, dispuesto a escucharnos, a sanarnos y a bendecirnos.

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