Editorial

La Inmaculada Concepción, patrona de España

La Iglesia celebra el 8 de diciembre, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima, tan arraigada en España y en los países latinoamericanos. La Purísima, como es denominada la Virgen en la liturgia de este día, fue preservada de toda mancha de pecado para ser digna morada del Cordero inocente, abogada de gracia y ejemplo de santidad para todo el pueblo cristiano.

Pero, ¿qué significa que María es la «Inmaculada»? Y, ¿qué nos dice este título a nosotros? ¿qué nos dice la Palabra proclamada en esta solemnidad?

Después del pecado original, Dios se dirige a la serpiente, que representa a Satanás, la maldice y añade una promesa: pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tú descendencia y su descendencia; está te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talon (Gn 3, 15). Es el anuncio de una revancha: En los primeros momentos de la creación parece que prevalece Satanás, pero vendrá un hijo de mujer que le aplastará la cabeza. Así, mediante el linaje de la mujer, Dios mismo vencerá, el bien vencerá. Esa mujer es la Virgen María, de la que nació Jesucristo que, con su sacrificio, derrotó de una vez para siempre al antiguo tentador. Por esto, en numerosos cuadros e imágenes de la Inmaculada, se la representa aplastando a una serpiente con el pie.

El evangelista san Lucas, por su parte, nos muestra a la Virgen María recibiendo el anuncio del Ángel Gabriel. Aparece como la humilde y auténtica hija de Israel, la verdadera Sión, en la que Dios quiere poner su morada. Es el retoño del que debe nacer el Mesías, el Rey justo y misericordioso. En la sencillez de la casa de Nazaret vive el «resto» puro de Israel, del que Dios quiere hacer renacer a su pueblo, como un nuevo árbol que extenderá sus ramas por el mundo entero, ofreciendo a todos los hombres frutos buenos de salvación. A diferencia de Adán y Eva, María obedece a la voluntad del Señor, con todo su ser pronuncia su «sí» y se pone plenamente a disposición del designio divino. Es la nueva Eva, verdadera «madre de todos los vivientes», es decir, de quienes por la fe en Cristo reciben la vida eterna.

La Inmaculada Concepción significa que María es la primera salvada por la infinita misericordia del Padre, como primicia de la salvación que Dios quiere donar a cada hombre y mujer, en Cristo. Por esto la Inmaculada se ha convertido en icono sublime de la misericordia divina que ha vencido el pecado.

En la concepción inmaculada de María estamos invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra salvadora del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La aurora de la nueva creación realizada por la divina misericordia. Por esto la Virgen María, nunca contagiada por el pecado está siempre llena de Dios, es madre de una humanidad nueva. Es madre del mundo recreado.

Celebrar esta fiesta comporta dos cosas. La primera: acoger plenamente a Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida. La segunda: convertirse a su vez en artífices de misericordia a través de un camino evangélico. La fiesta de la Inmaculada deviene la fiesta de todos nosotros si, con nuestros «síes» cotidianos, somos capaces de vencer nuestro egoísmo y hacer más feliz la vida de nuestros hermanos, de donarles esperanza, secando alguna lágrima y dándoles un poco de alegría. A imitación de María, estamos llamados a convertirnos en portadores de Cristo y testigos de su amor, mirando en primer lugar a los que son privilegiados a los ojos de Jesús. Son quienes Él mismo nos indicó: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme».

¡Qué inmensa alegría es tener por madre a María Inmaculada! Cada vez que experimentamos nuestra fragilidad y la sugestión del mal, podemos dirigirnos a ella, y nuestro corazón recibe luz y consuelo. Incluso en las pruebas de la vida, en las tempestades que hacen vacilar la fe y la esperanza, pensemos que somos sus hijos y que las raíces de nuestra existencia se hunden en la gracia infinita de Dios. La Iglesia misma, aunque está expuesta a las influencias negativas del mundo, encuentra siempre en ella la estrella para orientarse y seguir la ruta que le ha indicado Cristo. De hecho, María es la Madre de la Iglesia, como proclamaron solemnemente el Papa Pablo VI y el concilio Vaticano II.

La devoción a la Inmaculada Concepción tiene una larga historia en España, donde fue declarada patrona en 1760 por el rey Carlos III, con la aprobación de la Santa Sede. Desde entonces, el pueblo español ha honrado a la Virgen con fervor y gratitud, especialmente en los momentos difíciles de su historia. La Inmaculada es también la patrona de muchos países latinoamericanos, que han heredado de España el amor a la Madre de Dios y de los hombres. Que la Inmaculada Concepción nos proteja y nos guíe siempre por los caminos de la santidad y de la paz.

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