FELIZ NAVIDAD
Estimados Villarencos:
Me dirijo a vosotros con motivo de la celebración de la Navidad, la fiesta del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
La Navidad es el cumplimiento de la promesa de Dios de salvar a la humanidad del pecado y de la muerte. Dios, en su infinito amor, quiso hacerse uno de nosotros, compartir nuestra condición humana, nuestra historia, nuestras alegrías y nuestras penas. Así lo anunciaron los profetas, como Isaías: “Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’”.
Dios con nosotros: esta es la buena noticia de la Navidad. Dios no está lejos, no es indiferente, no es ajeno a nuestra realidad. Dios está cerca, es compasivo, es solidario con nuestra fragilidad. Dios se hace pequeño, se hace niño, se hace pobre, para entrar en nuestra vida y transformarla con su gracia. Dios se hace presente en el mundo, no con el poder y la gloria de un rey, sino con la humildad y la sencillez de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
La Navidad es también la fiesta de la alegría, la alegría de saber que Dios nos ama, que nos ha creado por amor y que nos ha redimido por amor. La alegría de saber que Dios nos llama a ser sus hijos, a formar parte de su familia, a vivir en comunión con Él y con los demás. La alegría de saber que Dios nos invita a participar en su misión, a ser testigos de su amor, a ser portadores de su luz, a ser constructores de su Reino.
La Navidad es, por tanto, una fiesta que nos interpela, que nos cuestiona, que nos desafía. ¿Cómo acogemos a Dios que se hace hombre? ¿Cómo respondemos a su amor que se hace entrega? ¿Cómo compartimos su alegría que se hace servicio? ¿Cómo vivimos su presencia que se hace comunión?
Queridos Villarencos, os animo a celebrar la Navidad con fe, con gratitud, con generosidad, con fraternidad. Que la contemplación del Niño Jesús os llene de asombro y de admiración.
Os deseo una feliz y santa Navidad, llena de la gracia y de la verdad de Dios hecho hombre. Que la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, y san José, su esposo fiel y justo, os acompañen y os guíen en el camino de la fe, de la esperanza y del amor.