Llega la alegría
En este tercer domingo de Adviento, conocido en la liturgia como domingo “de gaudete”, la Iglesia se regocija ya por el inminente nacimiento del Salvador. Es momento de disponer nuestro corazón para celebrar de nuevo el nacimiento de Jesús, inicio de nuestra salvación y causa profunda de la verdadera alegría del cristiano. Dios nos cuida, nos ama, y por eso se ha encarnado, de nuevo viene a nuestro encuentro y hace brotar en nosotros la gran alegría.
Llegados a este punto álgido del Adviento, a unas jornadas de la celebración del nacimiento de Jesús, la liturgia nos ofrece una oportunidad para que replanteemos dónde está nuestra verdadera alegría, de qué depende, qué la condiciona, para que la vivamos y la transmitamos de la forma más coherente. Los signos litúrgicos se apaciguan, los colores se suavizan de manera que todo se va iluminando, a la espera de quien es la luz del mundo. El Adviento va acabando y quizás sea bueno que aprovechemos un rato de nuestra oración para replantear el concepto de la alegría desde la perspectiva de creyente.
Cuando hablamos de alegría no nos referimos a un sentimiento irracional y en extremo exteriorizado, sino más bien podríamos hablar de la alegría confiada y sostenida por la presencia de Dios en todo momento y circunstancia, especialmente en aquellos momentos en los que nos sentimos queridos y abrazados por un Dios bueno que no nos abandona.
En contra de esta concepción pacificadora y profunda de la alegría, nuestro alrededor en estas fechas se vuelve ruidoso y estridente, con la intención de transmitir una sensación de alegría eufórica y sensacionalista. Nuestra sociedad, que ha perdido la capacidad de espera, nos empuja hacia una Navidad luminosa y consumista, que no ayuda a vivir la auténtica alegría, sino que nos sumerge en un caos navideño que al primer embate o dificultad, se derruye como un castillo de naipes. Esta alegría superficial es un sucedáneo, un sustitutivo que no es el gozo profundo de un cristiano.
Independientemente de nuestra situación personal, y de la realidad que nos envuelve, este año tan marcada por la crisis sanitaria, si comprendemos bien el significado de la Navidad, nos resultará sencillo vivir y sentirnos llenos de alegría, al actualizar la que es la mejor noticia de toda la humanidad, que Cristo nace entre nosotros. Dios se hace en él, cercano, pequeño, indefenso. Dios es ahora carne de nuestra carne. Esta es la fuente de la que mana la alegría de la Iglesia, esa que estamos llamados a transmitir y contagiar los bautizados.
Que estas jornadas previas al nacimiento del Señor preparen en nuestro corazón un lugar para esa alegría que es fruto de la fe y de la gracia, que es motivo de esperanza para el mundo y de felicidad para aquellos que se encuentren con nosotros en las próximas semanas. Que a ellos podamos comunicarles que en el nacimiento de Cristo, Dios abraza y asume en sí mismo a la humanidad entera, esta es la verdadera alegría.
Quique, vuestro párroco.